
Este año he cumplido algo que llevaba madurando desde hace dos o tres años: volver a acercarme a la Semana Santa. Más que como hecho religioso, quería observarlo como hecho artístico y social, de una manera distanciada, ya sin disyuntivas de fe, de devoción, tradición o folclore. El Domingo de Ramos en Sevilla está repleto de ilusión, de bullas y de atuendos deslumbrantes. El inicio del día fue colmando expectativas, recorriendo tangencialmente mediante El Greco y Boreas el verdadero acontecimiento dominical. Tras el almuerzo decidimos probar un recorrido perpendicular a éste: tras algunas fotografías en el puente de Triana (colgaré alguna), únicamente presenciamos un único Paso a unos cien metros de distancia. El calor y la muchedumbre nos venció cruelmente y la huida a casa por momentos resultó quimérica, entre calles saturadas y, valga el tópico, ríos de gente.
A pesar de este inicio fulgurante, la primavera dos mil ocho sólo quiso asomarse tímidamente en los días que la tradición religiosa de nuestro país nos concede para tenerlos de asueto. El miércoles santo, obviando buenfines y lanzadas, panaderos y baratillos (ojo al nazareno ladrón de esta hermandad), carretera y manta, meta Islantilla y relax, todo el que se pueda. Siempre me llevo algún libro para leer, y en muchos casos mis lecturas quedan inacabadas. Este año sí. Leí sus últimas páginas coincidiendo con la resurrección de Jesucristo, un Irreductible a todas luces. La lamentablemente larga lista de libros por leer hizo difícil la elección.
Abrí La hoja desnuda el miércoles por la noche, ya en la cama, y apenas pude pasar un par de páginas. A la mañana siguiente, tras el descanso pertinente me dejé atrapar por esta biografía-novela de Frank Lloyd Wright. Para las personas normales diré que es uno de los arquitectos más importantes de todos los tiempos, que vivió el último tercio del 19 y primera mitad del 20, muriendo nonagenario. Para todos, arquitectos y personas normales, diré que fue otro Irreductible, como Jesucristo, otro idealista demente, otro visionario. La lectura de este libro, escrito por JR Hernández Correa y regalado por Carlitos Graña, me refrescó algo su obra y, sobretodo, algunos datos biográficos que ya conocía, dándome a conocer otros.
Su origen, su familia, y sus posteriores escándalos personales, desgracias y errores propios, configuran una compleja estructura orgánica (como su concepción de la arquitectura), un todo que explica la evolución de su obra. Un Irreductible que, en este caso, no fue crucificado a los 33 años físicamente, aunque sí mediáticamente, y pudo resurgir una y otra vez, tras cada desgracia, tras cada dilapidación pública, tras cada error. Cuando parecía acabado, tras pasar los sesenta, comenzó una de sus mejores etapas personales y profesionales (un todo orgánico, un estructura) que culminaría muriendo poco antes de la finalización de las obras del Guggenheim de Nueva York, el único edificio suyo que he tenido la oportunidad de habitar. Es curioso que ahora nos pre-jubilan con cincuenta y tantos. Los noventa de Wright y su lucidez son un desafío al Alzheimer.
El blog de Pitu también es absolutamente Irreductible (linkeadlo desde rafamoya). Todos queremos ser alguna vez ella, escribir como ella. Todos queremos alguna vez ser el blog de esta pitufa, vivir sus viajes, sus aventuras, las crudas realidades que discurren junto a su vida. En su artículo Reinventarse a uno mismo está Frank Lloyd Wright, está el espíritu Irreductible, resurgir de las cenizas como el ave fénix, no dejar que te pisoteen, que te ninguneen, ser fuerte, tener muhísima fe en uno mismo. Wright se quería mucho a sí mismo, y por ahí le vino su capacidad para reinventarse en varias ocasiones, para gozo de la Historia de la Arquitectura.
Albert Einstein, coetáneo a Frank LLoyd Wright, enunció su famosa teoría que bien pudiera haberse llamado Teoría de reinventarse a uno mismo: la energía no se destruye, sino que se transforma. Teoría enérgica, redundantemente, y absolutamente Irreductible. Leonardo Da Vinci dormía, en su lugar de trabajo, una siesta cada 3 horas. Así las 24 horas. Dormía pocas horas, para trabajar más. Trabajaba frenéticamente. Lo curioso es que, cuando un equipo de la Universidad de Harvard, hace 10 o más años, estudió la manera óptima para dormir menos horas, llegaron a una conclusión. Lo óptimo era dormir un poco cada 3 horas. O Steve Jobs, de Apple y Pixar, otro Irreductible del que os recomiendo su discurso en el día de graduación en la Universidad de Stanford, que os linkeo, ojo que son dos partes (http://www.youtube.com/watch?v=ykUyVFkizfQ&feature=related). Todos eran irreductibles y llenos de energía, ninguno envainó nunca su hoja desnuda, ninguno se desmoronó, al menos no sin antes haber dado muestras de lo que llevaban dentro.

No desfallezcáis. Mucha Fuerza a todos
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